De la indignación a la conveniencia
La imagen de Gustavo Petro alzando la voz contra Donald Trump evoca a un Bolívar enojado contra el imperio más poderoso del planeta. Pero detrás del gesto épico se esconde una realidad menos romántica. Petro ha pasado buena parte de su carrera política conversando, negociando y reuniéndose con los mismos gringos contra los que hoy protesta.
En abril de 2008, según un cable diplomático (08BOGOTA1418), el entonces senador Petro se reunió con la embajada de Estados Unidos para hablar sobre Hugo Chávez y la reelección de Uribe. Un mes después, el 27 de mayo de 2008, otro cable confidencial —rescatado años más tarde en la columna ‘Petroleaks’ de Daniel Coronell— lo retrata conversando con funcionarios de la embajada sobre colegas de su propio partido, sugiriendo incluso que podrían tener ‘vínculos inapropiados’ con las FARC.
En agosto de 2008, Petro volvió a la sede diplomática a hablar de divisiones internas en el Polo Democrático y de los ‘estalinistas’ de la CUT. Y en diciembre de 2009, ya como candidato presidencial, desayunó con el embajador William Brownfield en su residencia bogotana, según el cable 09BOGOTA3525.
Como se advierte, Petro no era el incómodo revolucionario que pintan algunos, sino un interlocutor habitual de la embajada.
Washington, destino recurrente
Con la llegada a la presidencia en 2022, el idilio no se detuvo. Petro se estrenó con delegaciones oficiales de Estados Unidos en su posesión, encabezadas por Samantha Power, de USAID, y Gregory Meeks, congresista demócrata). En agosto de ese año, recibió en Casa de Nariño al zar antidrogas Rahul Gupta, en octubre al secretario de Estado Antony Blinken, con rueda de prensa conjunta, y pocos días después, al mismísimo director de la CIA, William J. Burns, con quien, según AFP, conversó entre panela y hamaca.
En diciembre de 2022 fue el turno de Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional. Y en abril de 2023 llegó la foto soñada, Petro en el Salón Oval con Joe Biden, sonrisas incluidas, hablando de drogas, migración y cambio climático.
La lista sigue. Reuniones en Nueva York durante la Asamblea General de la ONU con asesores de seguridad del Consejo Nacional de Seguridad (NSC), presencia en la cumbre de la Asociación de las Américas en Washington en noviembre de 2023, encuentros sobre Venezuela en 2024 y hasta tres citas en 2025 con John McNamara, encargado de negocios de la embajada, acompañado de senadores demócratas y republicanos.
En otras palabras, Petro ha tenido más citas con Washington que con el Congreso colombiano. A ello se suman hechos adicionales como el impulso al proyecto militar estadounidense en Gorgona, la visita del almirante Francisco Cubides a Washington en marzo de 2025 para acuerdos con el Gobierno Trump y el fortalecimiento de la alianza bilateral con el Ejercicio Relámpago de los Andes, registrado por la Embajada de EE. UU. en Colombia el pasado 4 de agosto.
La protesta contra Trump
Con ese prontuario de visitas, reuniones y cafés con el imperio, la súbita protesta contra Donald Trump luce menos como un acto de independencia y más como un ensayo electoral, un intento de capitalizar la antipatía que despierta el magnate entre amplios sectores, sin arriesgar el flujo constante de reuniones que mantienen viva la relación bilateral.
Al fin y al cabo, la política de Estados Unidos hacia Colombia ha sido de una consistencia admirable, sea con Clinton, Bush, Obama, o con Biden y Trump. Siempre hay helicópteros, siempre hay millones para la guerra contra las drogas, siempre hay palmadas por los derechos humanos y siempre la misma receta militar. Demócratas o republicanos, da lo mismo, como entre Coca-Cola o Pepsi. Lo mismo ocurre con la política frente a Israel y la masacre en Gaza. Ahí tampoco hay diferencias, porque la invasión y el saqueo son política de Estado.
Petro contra Trump es como un vegetariano que descubre las delicias del chicharrón justo antes de una campaña, un gesto más de marketing que de convicción. Puede que en la plaza pública suene a gesta libertadora, pero en el archivo de la embajada gringa resuena como un chiste. El presidente que almorzó tantas veces con el imperio ahora le organiza una protesta.
Uribe y la tradición de cercanía
Tampoco es que Petro sea una excepción en el libreto. Álvaro Uribe fue huésped permanente de la Casa Blanca. Le aceptó a Clinton el Plan Colombia, se abrazó con Bush hijo, negoció el TLC con Obama. Su relación con los halcones del Pentágono y los demócratas del Departamento de Estado era tan fluida que a veces parecía más congresista en Washington que presidente en Bogotá.
El uno, Uribe, de la mano de los demócratas, impuso el TLC que quebró el agro y la industria colombiana. El otro, Petro, como congresista, ayudó en la misma tarea desde dentro del Polo. Llegó a declarar: “Les expresé [al Partido Demócrata] que el Polo Democrático y su bancada en el Congreso de Colombia votarán en contra de la aprobación del TLC. Pero que, si se trata de aprobarlo finalmente, estaríamos de acuerdo con incluir una serie de cláusulas nuevas, no solamente las que el Partido Demócrata ya viene proponiendo en los temas laboral y ambiental”. Como candidato prometió renegociar ese leonino TLC, pero como presidente, se niega a hacerlo.
En materia de deportaciones, drama que padecen miles de connacionales, Petro instó a los colombianos indocumentados en EE.UU., el 31 de enero de 2025, a que retornaran a su país “lo más pronto posible” y les prometió apoyo económico, lo que tampoco cumplió. En el cuadro histórico de repatriaciones de migrantes no autorizados, fechado el 27 de junio de 2024, llevan la delantera Clinton y Biden, dos personajes muy cercanos a Petro. La estadística está plasmada en el Comparing the Biden and Trump Deportation Records del Migration Policy Institute (MPI)..
En conclusión
La diferencia entre demócratas y republicanos es que los primeros aplican lo de Teddy Roosevelt: hablar suave pero esgrimiendo un gran garrote, mientras que los segundos también usan el gran garrote, pero vociferando con amenazas.
La protesta made in USA es un show que le sirve al colorado del Norte para avivar a sus barras xenófobas y racistas y le es útil al narciso criollo para tapar todo lo que sucede en Colombia, en medio de una falsa defensa de la soberanía y un engañoso apoyo a Palestina, también bombardeado con el apoyo de sus amigos demócratas.
La coherencia, en política, es un lujo, uno que no suele darse el presidente Petro, que hoy posa de feroz antimperialista, así los hechos y la historia digan lo contrario.