Leonardo, a secas, tal como él se firmaba, resume en sí mismo la época renacentista, “una época que requería titanes y supo engendrarlos”, en palabras de Federico Engels.
El italiano Leonardo da Vinci fue una de las figuras cardinales del Renacimiento. Nacido en 1452, en el suburbio florentino de Anchiano, era hijo de Piero da Vinci, quien fuera canciller de la pequeña República, y se inmortalizó ante la historia como autor de la Monalisa, más propiamente bautizada La Gioconda, y de La última cena, sus obras más famosas.
Leonardo se inició desde niño en la escultura y la pintura llevado de la mano por la abuela, una conocida ceramista. Ya adolescente, se formó en las escuelas de Verrocchio y Pollaiuolo, prestigiosos pintores y maestros, a quienes pronto superó. Los Sforza, los Borgia y algunos otros nobles de la época lo emplearon como ingeniero en trabajos hidráulicos, técnicos y militares, que Leonardo combinaba con retratos de personajes célebres, con bocetos para esculturas y pinturas y con estudios de anatomía, entre los que sobresale el dibujo conocido como El hombre de Vitrubio. En Florencia se dedicó también al muralismo, junto con Miguel Ángel.
Los hombres de aquel tiempo, anota Engels, “brillaban en varias disciplinas del conocimiento. Leonardo da Vinci no era tan solo un gran pintor, sino también un gran matemático, mecánico e ingeniero, a quien deben importantes descubrimientos las más diversas ramas de la física”. Era, además, botánico, escultor, químico, filósofo, geólogo, músico y poeta, y concibió una serie de audaces proyectos en los que anticipó el helicóptero, el submarino y el tanque blindado.
Leonardo murió en Amboise, Francia, el 2 de mayo de 1519, a la edad de 67 años.
