Dignidad & Compromiso, MIRA y Nuevo Liberalismo han anunciado una coalición política para las elecciones del Congreso en el 2026. Lo han hecho sin aspavientos, sin bodegas de aduladores, sin convocar el odio mesiánico contra el adversario de turno, sin escándalos, lo han hecho y discúlpenme la grosería, con decencia.
Y sí: en medio de un país polarizado, donde el insulto es programa de gobierno, la ira una forma de identidad política y el exterminio moral es la regla contra el que piensa diferente, un grupo de ciudadanos ha decidido unirse para ofrecerle al país algo tan exótico como una propuesta ética. No por contratos. No por cuotas. No por el todo vale. Sino, por principios, por un programa que los une en medio de las diferencias. Y eso, en Colombia, suena a provocación, a herejía
Porque aquí, seamos sinceros, la ética se considera un lastre, un ornamento. Algo que se lleva en la maleta para citarlo en discursos y esconderlo en las alianzas, para comprarlo y venderlo. Aquí el problema no es que haya corrupción, sino que a veces la descubren para finalmente encubrirla. Que haya triquiñuelas, pero sin perder la compostura. Que haya politiquería, pero bien maquillada, que haya jugaditas, pero “bien hechas”.
Una nueva alianza, vieja costumbre: no robar
¿Quiénes son los implicados en este escándalo de la decencia? Pues todo un equipo de las tres colectividades, quienes han decidido encontrarse, en una coalición que no se presenta como una propuesta de soluciones mágicas en el parlamento, sino como un proyecto amplio, honesto, transparente y de diálogo, riguroso en la forma de hacer política sin necesidad de componendas, sin feriar los principios. Una idea francamente escandalosa.
Robledo, fiel a su estilo, lo dijo con la adustez que lo caracteriza: “Esta es una coalición por principios éticos, no por puestos ni contratos”, lo dijo en X campo de batalla de egos, odios y memes, y casi nadie le respondió. Claro, a nadie le gusta que le hablen de ética y de política decente mientras está ocupado defendiendo al caudillo, gestionando su contrato o disfrutando su coima.
Pero resulta que detrás de esta afirmación hay una idea que aquí suena todavía más sospechosa: que la política puede ser una herramienta de transformación racional, y no un reality show. Que se puede criticar, sin calumniar. Que se puede construir, sin destruir. Que se puede unir y no dividir. Que se puede hacer, sin robar. Que se puede trabajar en equipo, sin personalismos. Que se puede edificar desde las diferencias. Y que el mundo va más allá de lo que se diga en las redes sociales
Es muy buena noticia ¡Ahora toca cambiar el ‘chip’!
Ahora Colombia, alianza entre MIRA, Dignidad y Nuevo Liberalismo, lanza lista ética al Congreso para enfrentar al uribismo y petrismo.
Unir sectores democráticos y honestos para avanzar en las grandes transformaciones que requiere este país, dejando atrás la pesadilla del Gobierno actual y la tragedia de quienes lo antecedieron, llegar al Senado y a la Cámara, no para vengarse de nadie, ni como revancha, sino para corregir, no para fundar un nuevo régimen de aduladores, sino para desmontar el actual y unir al país.
Y todo esto se hace, además, sin pedir permiso a los extremos. Lo cual también es, en este país, una insolencia. Porque aquí se nos ha convencido de que sólo existen dos opciones: o aplaudir al Mesías del Palacio de Nariño con toda la fe de un converso, o rendirse ante el caudillo eterno de las cabalgatas. Lo demás, dicen los radicales de ambos bandos, es “no mojarse”, “ser cómplice”, “ser tibio”.
Pero no: estos herejes de la decencia no son neutrales. Están tomando partido. Por la ética, por la razón, por la política con contenido. Lo cual, para muchos, los hace sospechosos. Porque en Colombia, ser decente es ser raro, y ser raro es ser peligroso.
Esta coalición no tiene asegurada la victoria. No tienen máquinas electorales aceitadísimas, ni trolls profesionales que actúan como ejércitos. No reparten puestos, no prometen cargos. Sólo ofrecen un país posible. Y eso, en Colombia, suele parecer poco.
Pero si algo demuestra su existencia, es que hay vida más allá del ruido. Que hay ciudadanos que aún creen en los acuerdos, en la discusión pública, en las instituciones. Que no están dispuestos a resignarse a elegir siempre entre el odio-mesianismo y el odio-mesianismo.
Y eso, señores, en este país, ya es un milagro.