Como los Mártires de Chicago se conoce en la historia a ocho dirigentes obreros, cinco de ellos condenados a morir en la horca y el resto, sentenciados a cadena perpetua, en el marco de una huelga lanzada el 1° de mayo de 1886 por la jornada de ocho horas.
“Llegará el día en el que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy están ustedes ahogando”, fueron las últimas palabras pronunciadas por Albert Parsons al subir al patíbulo. La profunda verdad de sus palabras resuena con fuerza ciento treinta nueve años después.
“¿En qué consiste mi crimen? –dijo en el juicio otro de los condenados a muerte, George Engel–. En que he trabajado por implantar un sistema social en el que sea imposible que, mientras unos pocos amontonan millones, miles y miles caen en la desesperación y la miseria”.
Louis Lingg, otro de los sentenciados a la horca, desafió al tribunal: “Yo repito que soy enemigo del orden actual y que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras respire”.
Albert Fischer: “No hablaré mucho. Me limitaré a protestar contra la injusta pena de muerte que me imponen ustedes, porque no he cometido crimen alguno. Pero si ustedes van a ahorcarme por profesar mis ideas, por mi amor a la libertad, entonces no tengo nada que objetar”.
En un juicio tramposo, sin pruebas, un jurado los condenó a morir en la horca por el asesinato de un agente de policía en el curso de una concentración obrera que tuvo lugar el 4 de mayo frente a la Haymarket, la plaza de mercado de Chicago. Como la policía no consiguió encontrar al verdadero culpable, puso presos a quienes habían actuado aquella tarde como oradores, como también a los periodistas del Arbeiter Zeitung, un periódico de sello anarquista que se editaba en alemán para los miles de inmigrantes y desde cuyas páginas se venía agitando desde el 1° de mayo la consigna de la jornada laboral de ocho horas. Los oradores comprobaron en el juicio que ya se habían retirado de la plaza. Aun así, fueron condenados por el homicidio.
Tres años después y en homenaje a los Mártires de Chicago, la Segunda Internacional decidió consagrar el 1° de Mayo como el Día Internacional de la Clase Obrera.
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Los nombres
¿Quiénes son ellos?
Condenados a morir en la horca:
- August Spies, alemán, director del periódico.
- George Engel, alemán, periodista.
- Adolph Fischer, alemán, periodista.
- Louis Lingg, alemán, carpintero.
- Albert Parsons, estadinense, periodista.
Condenados a cadena perpetua:
- Michael Schwabb, alemán, tipógrafo.
- Samuel Fielden, alemán, obrero textil.
- Oscar Neebe, alemán, vendedor ambulante.
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Los hechos
Desde el 1° de mayo y reclamando la jornada de ocho horas, entró en huelga a lo largo de Estados Unidos un millón de trabajadores, afiliados la mayoría a la American Federation of Labour, AFL. En Chicago declararon el cese más de doscientos mil, no solo por la jornada de ocho horas, sino también en solidaridad con la huelga en la McCormick Harvester, que acababa de ser aplastada por un grupo paramilitar a sueldo de la empresa, los tristemente célebres Pinkerton.
El 3 de mayo se hizo una manifestación frente a la portería de la empresa McCormick. Los oradores fueron August Spies y Samuel Fielden. Mientras Fielden intervenía, la banda paramilitar arremetió contra los miles de manifestantes y, en el caótico entrevero, disparó a quemarropa sobre ellos. Sobre el campo quedaron seis víctimas mortales.
En protesta, la AFL citó a otra concentración para el día siguiente por la tarde y pidió autorización a la alcaldía, que le fue concedida. Ante unos cuarenta mil trabajadores, los oradores fueron August Spies, Albert Parsons y Samuel Fielden. El evento terminó hacia las siete y media y la gente empezó a retirarse, incluidos los dirigentes.
En la Haymarket, todavía a las ocho, no había menos de unas diez mil personas. Fue entonces cuando la policía decidió arremeter. Tornó a armarse la gresca y, en medio del desorden, alguien lanzó un petardo, que provocó la muerte a un agente. La policía respondió disparando sobre la multitud. Hubo esta vez varios muertos y decenas de heridos.
Toda la noche se hicieron allanamientos y batidas y fueron puestos presos los más conocidos jefes de la protesta, más tarde condenados a muerte o a presidio perpetuo. Son los Mártires de Chicago, a quienes hoy rinde homenaje La Tribuna.
Siete años después, en 1893, se levantó en Estados Unidos un movimiento cívico con 60 mil firmas para exigir que el juicio fuera revisado. El gobernador de Illinois, J. Altfield, también candidato a la presidencia nombró una comisión de expertos, que halló decenas de vicios en el proceso. El gobernador declaró entonces inocentes a los cinco líderes muertos e indultó a los tres detenidos.